AQUEL WHATSAPP QUE...
Tan
solo era un niño… y un niño no podía entender como el mundo era así, como mi
madre ni siquiera me dirigía la palabra y como cada vez que mi abuelo me
intentaba hablar mi madre lo regañaba. No entendía como mi hermano podía soportar
no relacionarse con nadie o como no tenía la necesidad de conocer a otros
niños, jugar con ellos. No lo entendía, y no lo haría nunca.
Y
ahora, con treinta y cuatro años sigo sin entenderlo, a pesar de la nota que me
dejó mi abuelo antes de morir diciéndome todo lo que necesitaba saber. “El
WhatsApp!!! Es culpa del WhatsApp…”
Cada
vez que me asomaba a la ventana lo único que veía era gente inexpresiva,
infeliz y con la vista fija en sus pantallas. Nadie hablaba, nadie miraba a
nadie. No había comunicación, no había nada. No entendía como ninguna persona
en este mundo tenía la curiosidad de saber cómo sería hablar cara a cara con
alguien, como sería gesticular palabras, hacer vibrar tus cuerdas vocales
creando fonemas y de ahí palabras… no lo entendía.
Y yo
mientras dejaba pasar el tiempo, volviéndome cada vez más loco. No podía
aguantar más callado, encerrado en casa y sin comunicarme con nadie.
Desde
que se inventó Whatsapp la gente empezó a hablar menos, a volverse más fría, hasta
llegar tal punto en el que ni sabíamos lo que era hablar... y yo no quería vivir
en un mundo así. Iba a tomar el mismo camino que mi abuelo, no quería seguir en
este mundo.
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